UN PARTICULAR VIAJE AL TAYRONA


El reloj rayaba las 9:10 am y la chica polaca me esperaba en la parada de bus acordada, Hoy fue una de esas pocas veces en que sentí vergüenza de llegar tarde, pero no sería la única vergüenza del día. Ella estaba allí con una puntualidad tan europea como su esbelta y blanca figura. Ingresamos al centro comercial para aprovisionarnos de agua, dulces de chocolate, y dinero en efectivo, no sin antes recibir las mil recomendaciones dadas por la señora de la tercera edad que la acompañaba (abuela de mi compañera Andrea) en complicidad nuestras miradas dejaron ver que las indicaciones estaban de más, aun así me enterneció aquella digna matrona latinoamericana que protege con amor materno a sus nietos, aunque no sean suyos, aunque subestimen la sabiduría de sus palabras, aunque no hablen su mismo idioma, aunque sean de otro continente.
Estuvimos por largos 15 minutos esperando el transporte que nos llevara a nuestro destino, podía ver a través de los ojos color oliva el entusiasmo de aquella chica cada vez que yo creía que nuestro bus se acercaba, cuando nuestra conversación entró en confianza, justo cuando ella decía que mi español si se entendía; como si los demás arameo u otra lengua muerta, apareció un demonio destartalado de cuatro ruedas, más pequeño que un bus, más grande que una van, el cual obviamente no se detuvo en el paradero de buses, sino 10 metros más adelante, por lo que tuvimos que correr para alcanzarlo, si ese era nuestro bus, tragué saliva, grunp, segunda vergüenza del día; ingresamos al demonio de cuatro ruedas y adentro hacía un calor digno de la quinta paila del infierno, todos las sillas iban ocupadas por extranjeros sudorosos, con vestimenta de backpackers que hablaban como loros, desde la entrada se oyó la voz del ayudante que decía: atrás hay puesto!!
Atrás hay puesto, significó hacernos como pudimos entre una familia Kogui, compuesta por el padre, la madre, dos bebes, de aparente uno y dos años respectivamente, la que parecía ser la hija mayor de la familia, una niña de unos 14 años con dos perros cachorros entre sus piernas, presenté y expliqué con orgullo sobre la etnia que nos acompañaba,. Jagoda, como se llama mi turista, lo tomó a bien, pese al olor nada bonito que traía la familia completa, pese a que la adolescente indígena se quedó dormida sobre su pecho casi que inmediatamente que el bus arrancó, ella esbozó una sonrisa, acarició a los cachorros y me brindó una esquina de su incomodo asiento, por suerte ambas somos flacas, por suerte los backpakers parlanchines se bajaron en Calabazo, tomamos sus puestos y pudimos estirar las piernas antes de que una pierna se gangrenara.
Estando en la entrada del Parque Tayrona, descubrí Jagoda, no sólo habla muy bien el español, inglés y obviamente polaco, sino que también habla algo de ruso y de alemán, gump!! Tragué saliva nuevamente por sentirme analfabeta ante una poliglota de 19 años. Mientras esperábamos adentro del bus que nos llevaría hasta el parqueadero para evitarnos una caminata de una hora, ella me contaba de lo ruidosos que son los vecinos de la que es ahora su casa, se sorprendió al saber que esa costumbre de poner parlantes a decibeles insospechado hasta altas horas de la madrugada, era una práctica normal de la gente civilizada, la conversación pasó a libros y autores, entonces me sentí cómoda hablando de un tema que yo pensaba que dominaba a la perfección, hasta que apareció CORTAZAR, como era posible que yo hasta el momento no haya leído un libro de Julio Cortázar? (Autor latino americano)y ella se conocía sus obras al dedillo?, tomé aire y me convencí de mi analfabetismo. Una inglesa que escuchaba nuestra conversación, vio asomarse un libro de mi mochila y dijo a su amiga en inglés: este lugar está perfecto para leer Harry Potter, mis ojos brillaron de felicidad y me confesé fan del niño de lentes y cicatriz en la frente, HAHAHA, risa extranjera, las cuatro reímos y de allí en adelante el tema fue Jake Rowlling y sus 7 libros.


realizado por:  Adriana Hernández

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